Nabo entra a un edificio
más, en esa mañana de viernes, envuelto en esa paz de viernes a la
mañana.
Al costado derecho del
inmueble los vecinos de la planta baja hicieron una especie de
pérgola donde crece trepándose al enrejado un jazmín del aire.
Será que el tamaño de su apéndice nasal lo hace sensible a los
perfumes o será lo que sea, el caso es que el aroma lo alegra.
Henchido de la efímera felicidad olfativa echa una mirada hacia
dentro de la pérgola y ve una señora que está asando algún manjar
en una pequeña barbacoa. La estampa le gusta mucho, tanto como la
fusión de aromas.
Nabo está a punto de
entregarse al embriague pero está trabajando y tiene un alto sentido
del deber.
Se dirige entonces al
hueco ése donde están los relojes medidores del agua, y en ese
particular caso hay un nudo de caños que le dificultan moverse en
ese pequeño espacio. Hay allí seis medidores dispuestos de tres en
tres, y el último de la serie está un tanto inaccesible, pero Nabo
tiene un alto sentido del deber y se enmaraña por entre los caños
como el jazmín de la puerta. Entonces llega al reloj. Y sobre él
hay un magnífico imán. Un bloque de unos siete por diez por dos
centímetros. Nabo lo quita y se lo queda admirando. Poner una cosa
así es una exageración, pero parece que el dueño del departamento
quería estar seguro de que el imán haga su trabajo.
Parece que el imán atrae
dudas, porque Nabo no sabe cómo proceder. Decide finalmente ubicarlo
en el marco de la puerta del departamento, y ponerle debajo una de
las calcomanías que avisan que no se pudo leer el medidor, como para
decir "Estuvimos aquí
y somos conscientes de este acto pornográfico".
Es para asustar nomás, ya que Nabo no reporta estos incidentes. Él
mismo no logra comprender por qué se comporta así ciertas veces,
pero no tiene una explicación para todo ni le interesa tenerla.
Digamos que le dio la gana.
Entonces la mujer que
asaba barbacoa se acerca a su departamento – el del pornográfico
imán – y le pregunta a Nabo si es de la compañía del agua. Nabo
asiente y sale del edificio, levemente apenado de que haya tenido que
ser justo ése y no otro.
Así como sale de allí se
acerca a un patio. El muro que lo rodea es no es lo bastante alto
como para obstruir la visión de Nabo hacia adentro. Reconoce a la
señora que vive allí y le avisa que es de la compañía del agua y
que viene a revisar los medidores. Nabo cree recordar que ahí
también encontró imanes en más de una ocasión. La dueña de casa
se hace la desentendida, como que habla con alguien, o que se abstrae
pensando en quien sabe qué. Se acerca a donde están los medidores y
con movimiento a la quelque chose retira algunos pequeños imanes y
los revolea por ahí. Nabo ve todo ese accionar, que no le genera
ningún reproche, sino admiración. ¿Se creerá la señora que Nabo
no ve lo que está haciendo? ¿O tal vez haya decidido que ése es el
rol que debe jugar y se dispuso a hacerlo hasta las últimas
consecuencias? Nabo no tiene una respuesta inmediata, pero deja a la
situación fluir.
La señora pregunta si
Nabo es de la compañía eléctrica y Nabo sonríe para adentro,
simpatiza con la maniobra de distracción. Luego le informa que él
ya sabe que la matrona tiene imanes, que a Nabo no le importa, pero
que le avisa que la compañía está cambiando los viejos medidores
por unos nuevos que tienen dentro sensores que detectan cualquier
irregularidad, pérdidas de agua, consumo excesivo o influencias
magnéticas.
La matrona se ríe.
Hay algo hermoso en la risa de la matrona, y eso que le faltan un par de dientes. Qué me importa. Vivo sola. ¿Qué me van a hacer? Éste es un país de ladrones. ¿En la Gran Knesset no son todos ladrones?
La matrona se ríe.
Hay algo hermoso en la risa de la matrona, y eso que le faltan un par de dientes. Qué me importa. Vivo sola. ¿Qué me van a hacer? Éste es un país de ladrones. ¿En la Gran Knesset no son todos ladrones?
Nabo también ríe. Le
replica que tiene razón y le desea buen sábado.
Se aleja iluminado y
entibiecido.